Después de aquella hermosa experiencia, me dispuse a regresar a casa. Se había hecho casi de noche y como os relaté hace unos días, Ricardo había tenido que marcharse. Me había quedado solo y estuve contando, contando y contando todas las aves que pude y en especial los pomarinos. Había sido su tarde, la nuestra.
No tenía con quien volver y me encaminé como si fuera a regresar andando hacia casa. Pasé el faro de Estaca y allí dejé unos cuantos coches aparcados. Los coches de los turistas. Iba satisfecho. Feliz. Con mi mochililla y con el telescopio montado pero al hombro, disfrute mientras dejaba a mi derecha los "aguillons" de Ortegal, de la patría chica del Cariñés. La belleza del paisaje me transportaba hacia otros lugares y el recuerdo de los pomarinos me devolvía a la preciosa tarde disfrutada junto al observatorio.
Recordando viejos tiempos me dispuse a hacer "dedo", el famoso "auto-stop" de otras decadas. Era casi de noche y estaba demasiado lejos de casa. Al segundo coche, una pareja de turistas me recogieron y me llevaron hasta el cruce del desvio hacia el faro y el semáforo. Iban al Porto de Bares y por lo tanto, no seguían por mi camino. Después de despedirnos subí por la cuesta, mirando los campos y como una paisana recogía las cabras que tenía en el campo. Con el palo. Atiza que atiza y grita que grita. Finalmente y como no podía ser de otro modo, entraron en razón.
Ya en la Vila de Bares y junto a su iglesia, paré un momento después de hablar con un paisano que viéndome hacer dedo, me decía que "había que ver, como era la gente. Nadie se fiaba. Esa señora que acaba de pasar va para O Vicedo. Le habría llevado a usted a casa, pero...no ha parado". Un rato después y ya solo, algo llamó mi atención. Parecía que se iba a estrellar contra mí. Aquella ave se dirigía directamente hacia donde yo estaba y paso a escasos centímetros de mi cabeza. Me giré y ví como se posaba sobre un palo unos veinte metros más hacia ya. Parecía saludarme.
Junto a la iglesia de Vila de Bares. Allí, detrás de donde estoy, se posó el gavilán.
Durante un rato estuve observándole con mis prismáticos, gozando con su compañía. El posó amablemente y desde lejos y con un lenguaje especial, nos contamos algunas cosas, confraternizamos y nos hicimos amigos para siempre. Cuando ya le pareció suficiente, levantó el vuelo y se perdió tras unos árboles. Cuando ya creí haberlo perdido, dio media vuelta como si fuera a regresar, hizo un circulo en el aire, me miró y se marcho. Me pareció entenderle que decía que era el gavilán de la Vila de Bares. Y si no lo hizo, a mi me dio esa impresión.
Un rato más tarde y después del paso de dieciocho o veinte coches, una pareja paró su vehículo y me dejaron montarme. Iban hacia Viveiro con lo que nuestros caminos seguían ese mismo destino inmediato. Hablé con ellos y observé la Ría, pero pensaba en otra cosa. Pensaba en aquel saludo y sin verle y desde lejos, lo devolvía.
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