26 de febrero de 2009

A ver como levanto yo el ánimo esta tarde

En casa de una madre se come de miedo. Es así y por costumbre o por lo que sea, yo no he conocido a nadie que no lo pensara. Que no lo dijera. En mi caso y como no podía ser de otro modo, también es así. Pues bien, el pasado martes cuando llegaba al trabajo, en un patio-jardín interior que tenemos en Garrigues pero que está muy abierto al precioso y famoso cielo de Madrid, oí aquella cancioncilla. Y me sonaba. En algún otro sitio la había oído. Si.


Como las otras veces, me volvió a sorprender. Se iba internando dentro de mí, cada vez más profundamente y era como una llamada que no acertaba a contestar, a comprender. Me paré. Entonces lo vi claro. En realidad lo oí, más claro. Levanté la vista y allí estaban. Bien alto, dando vueltas, ascendiendo y moviéndose posteriormente hacia el nordeste. Varias bandadas de grullas que acabaron formando un super grupo de más de 300 ejemplares. Tremendo. Precioso. Parte de ellas iban en formación en "v", paraban y se reunificaban. Recordé aquellas tardes en Gallocanta esperando a que llegaran. Cuando oías ese canto, desde mucho rato antes y te sorprendía (o al menos a mí lo hacía). Y te preguntabas y te preguntabas, hasta que al verlas llegar decías "Copón, si son las grullas, si ese ruido lo hacen las grullas...".


Había varios compañeros de la empresa echándose el cigarrito al sol en uno de esos maravillosos días "cuasi" primaverales de este mi pueblo. Flipaban. Me veían allí partiéndome el cuello mirando hacia arriba y no entendían muy bien. "Pero ¿que miras Alfonso?", "¿qué son esos pájaros?". "Son grullas, grus grus. Probablemente venga de Extremadura y se van a Siberia". Había que ver la cara que ponían la mayoría. Y eso que el conocimiento sobre mi "cuelgue pajaril" está bastante extendido por mi curro y ya pocos se sorprenden ante esta extrañísima afición. Al final se lo conté a 7 u 8 que se pararon a observarlas. Alucinaban. Preguntaban por su tamaño, se extrañaban ante lo largo de su viaje, por la cantidad de ejemplares.


Cuando dejé de verlas, me subí a mi puesto de trabajo a continuar con la vida diaria de aquel martes pero iba de otro modo. Me alegraron el día. Las despedí con un beso cuando se marcharon. ¡¡¡Hasta el año que viene!!!

22 de febrero de 2009

Fantasía en La Coelleira



Como cada mañana, subió por el estrecho camino rodeado de helechos. Dejó a un lado aquel árbol, la única sombra de todo el islote y continuó subiendo poco a poco, costosamente. Pasó sobre cada una de las piedras incrustadas en el suelo. Las conocía a todas, se las sabía de memoria. Según iba llegando a la zona más alta, comenzó a ver el hermoso paisaje que se le ofrecía a la vista. Se imaginaba viendo los confines del mar, esos que no existen. Notaba el viento sobre su cara, sentía la lluvia mojando su rostro y esperaba. Esperaba hasta que veía llegar alguno. Entonces corría, saltaba, gritaba. Gesticulaba aparatosamente con sus brazos y como en todas las ocasiones de cada día, como siempre al ver uno de aquellos barcos, éste pasaba de largo. Nunca paraban. A veces le parecía que le miraban, que le habían visto, pero nada. Todavía recordaba aquella pequeña embarcación que ayer había atracado en el pequeño y deteriorado puerto de la isla, el único sitio por el que uno podía acceder a aquel terruño. Al levantar la vista, oyó el ruido de los motores. Bajó corriendo por la cuesta. En su frenesí, tropezó y cayó rodando. Se incorporó rápidamente y continuó bajando. Saltando sobre cada una de las piedras del camino. Pisándolas todas.
Cuando llegó abajo, la lancha tenía encendido su motor. Estaban a punto de soltar las amarras. Les gritó. Gritó todo lo fuerte que pudo y le pareció que incluso se oía un eco. ¿Cómo podían no oirle?.Aquellos hombre miraban hacia donde estaba pero no hacían nada. Se desgañitó y no le sirvió de nada. Se sentó en el suelo rendido, con dificultades de respiración y desde allí vio como terminaban de levantar el risón y como se preparaban para partir. Lo intentó de nuevo, se levantó, volvió a gritar, corrió hacia el pequeño muelle y se tiró al agua. Nadaba y gritaba mientras iba hacia la lancha y le seguían ignorando. Era como si no existiera, como si no estuviera. Y seguía lloviendo y el viento continuaba soplando cada vez más enfurecido.
Sobre la isla, como siempre, grandes bandadas de gaviotas alborotadas lanzaban al aire sus potentes gritos como diciendo quién mandaba allí. De quién era aquel pedazo de terreno dentro del mar. Ellas también le ignoraban. Tampoco le hacían caso.
Marchó de nuevo cuesta arriba y se sentó, en la cima, junto al antiguo faro abandonado. Mientras subía, había pisado cada una de las piedras del camino. Estaba claro que nunca saldría de allí.
Como cada año ella llegó a la isla. Su padre la acercó en su barco pesquero, con el que salía a faenar cada mañana. Subió la cuesta por entre los helechos y dejó a un lado el solitario árbol. Y lo hizo pisando cada una de las piedras, también como siempre. Cuando llego a lo más alto, observó el viejo faro y desde allí sentada en una piedra miró hacia el horizonte, sobre aquel verde mar. Tras un rato se acercó a la piedra y junto a ella y a aquel nombre grabado, dejó las flores. Las flores que traía cada año. Las flores con que recordaba a aquel que tanto había querido.

14 de febrero de 2009

La isla Coelleira - Historias que no historia.....



La recuerdo como cualquier otra cosa de Vicedo, desde que nací. Desde que llegué. Tanto tiempo disfrutando de ese paraiso del noroeste de Lugo trajo diferentes oportunidades de gozar de ese terruño incrustado en el mar. La isla Coelleira. Y la quiero.




De chaval recuerdo un par de historias. La primera fue con Camilo, con Salva y con los demás. Atracamos en el "portiño". No recuerdo muy bien a que habíamos ido. Era una de aquellas tardes veraniegas en las que nos embarcábamos en la "María Cima" y nos íbamos por la ría. Camilo nos llevaba a este o a aquel rincón. Al ir a marcharnos e intentar levantar el risón, no había manera. Por más que estirábamos de él, no conseguíamos sacarlo. Tirones y más tirones. Nada. Camilo, rápidamente nos mandó a Salva (su hijo) y a mí que nos lanzáramos al agua a ver si buceando lográbamos desencajarlo. Tras varias intentonas, debiendo bajar hasta casi 10 metros de profundidad en un agua especialmente fría como siempre ha sido el agua "colleirana" (fijo que también importante ese frescor para conseguir la calidad de sus insuperables percebes) y sin saber muy bien como, finalmente el risón se solto y pudimos marcharnos.




La segunda de ellas, y siendo también bastante jóvenes, seguramente con los mismos participantes, recuerdo que conseguí atrapar un pequeño gazapo corriendo cuesta arriba por los caminos de la isla. Lo vi subiendo y en un arranque de juventud me lancé tras el. Lo atrapé. Al final y aunque pensamos que podíamos llevárnoslo, lo dejé en libertad y allí quedó, en la isla Coelleira, en la isla Conejera.




Aunque ha habido varias visitas más a la isla finalizaré con la última, que fue este pasado verano con Ana, Babi (lo siento Babi...no se como se escribe tu diminutivo, espero si lo lees haber acertado) y con Toño. Fue una de las visitas más completas que he hecho a la isla. Subimos hasta lo más alto, inspeccionamos parte de sus costas, movidos como no, por las marinas. Nuestras queridas marinas. Fue una maravilla de día. Una maravilla de paisajes desde este precioso lugar. Miraras hacia donde miraras. Hacia Estaca de Bares, hacia la costa de Lugo, hacia el fondo de la ría, hacia mar abierto. La Coelleira, la isla de los pájaros.

11 de febrero de 2009

La isla Coelleira - Historia

Aprovecho este espacio para en un primer capítulo, contaros algo de la historia de la isla Coelleira. Ese precioso trozo de Lugo metido en el mar.

En la antiguedad existió un monasterio llamado de San Miguel de la Coelleira desde el que sus monjes se trasladaban a Viveiro en barcas de cuero para decir misa. Su fundación parece remontarse al siglo V o VI.

Después de muchas peripecias el monasterio pasa a ser mansión de los caballeros del Temple (orden militar y religiosa) quienes se ocupaban de cuidar de la seguridad de los caminos y defender a los peregrinos de los Santos Lugares contra los salteadores sarracenos. El motivo de que fueran allí puede ser la persecución a la que tenía sometida a dicha orden el rey de Francia. Se ignora el porqué desaparecieron de allí años después pero cuentan que"una noche se oyó tocar a rebato la campana del monasterio y varios verdugos sin entrañas comenzaron a degollar a los monjes que sufrieron el martirio con dolor y resignación. La leyenda continua diciendo que se salvó uno de los monjes, quien vestido de paisano se refugió en una casa de O Vicedo. Aún hoy se conoce esa casa como la "Casa do Paisano".

Afirma la tradición que el señor de Viveiro que había mandado ejecutar a los monjes dejó en su testamento la siguiente cláusula: "Dejo treinta y seis misas para bien de las almas de treinta y seis frailes que, por orden del Rey (Felipe el Hermoso) he mandado degollar en la isla de la Coelleira".


En el siglo XV el monasterio queda unido al de San Martín de Mondoñedo y en el XVI en un acta del cabildo de Mondoñedo aparece con el nombre de Coelleira, relacionado con la abundancia de conejos que hubo en la isla.
Posteriormente la isla fue cedida en arrendamiento a distintas personas. En el siglo pasado se utilizó la isla para establecer en ella un faro que se encuentra en la parte más elevada de la isla, sobre una torre igualmente cónica´. El faro servía para balizar la ría de Vicedo (a los de Vicedo nos pasa como a los de Cariño, creemos que la ría es de Vicedo y no de O Barqueiro igual que ellos creen que es la Ría de Cariño y no la de Ortigueira).
Actualmente y esta ya es una opinión personal, creo que la isla ha pasado a pertenecer a las aves marinas, quienes sin duda siempre nacieron, vivieron, comieron, amaron y murieron en ella.
La información se ha conseguido de la página web de O Vicedo (www.concellodovicedo.org)

8 de febrero de 2009

Quiero ver un págalo



Siempre quise ver un págalo. Cada día, cuando iba al observatorio de Estaca de Bares, casi siempre con Felipe, lo pensábamos. ¿Veremos un págalo?. Que difícil se estaba poniendo el asunto. Imposible diría yo.

Y ni siquiera sabía que los págalos se convertirían en mi "amor pajaril".

Mira que habíamos ido veces. Que habíamos estado horas. Allí. Con los telescopios desplegados. Empezamos a hacerlo ya con Evelio. Pero yo no vi ninguno. Bueno, en realidad no lo se. ¿Qúe cómo es posible?. Fueron muchas las veces en las que nos fuimos pensando en aquel bicho que había pasado echando leches. Aquel oscuro. Incluso aquellos dos que pasaron a lo lejos, con un vuelo diferente. Pero....sin certificar nunca. Sin atrevernos.

¿Evelio los vio?. No se si allí, aunque seguramente si. De lo que yo recuerdo con él en Estaca no. En aquellos momentos cuando él iba más, yo todavía no tenía la fiebre "marinil" en mis adentros.

Aquel día con Felipe. El se quedó arriba en el coche. Yo bajé a echar una ojeada al observatorio. A ver que pasaba. Y allí estaba él. Frente a su telescopio, con el pequeño cuadernito y el boli en el bolsillo y el reloj puesto sobre la piedra. Me presenté y el hizo lo mismo. En mi linea le acribillé a preguntas sobre esto y aquello. Sobre todo. Y eso que nos conocíamos hacía unos instantes. Me lo contestó todo. Seguía contando y apuntando pero me lo contestó todo. Entre lo que hablamos, por supuesto había algo de los págalos. Que si se veían, qué si esto, que si lo otro.


¿Qué si se veían?. Levantó la vista y cantó 2 págalos parásitos. Los vi. A los cinco minutos un skua, mi primer skua. Que si un pomarino, que si otro parásito. Con toda la naturalidad del mundo. Nunca olvidaré aquella tarde. Estaba viendo págalos. Había visto 3 tipos de págalos diferentes en muy poco tiempo. Estaba emocionado. Y me moría de ganas por subir hasta donde estaba Felipe y decírselo. Días después, también a él se los enseñó.

Ana y Toño volviendo en la "Corviña" de la Isla Coelleira



Todavía hoy, no consigo explicarme como no los veíamos. Con lo claro que los vi. Con lo frecuentemente que los veo ahora. Nunca olvidaré ese día. Ese día gané para siempre a los págalos y gané un amigo. Un maestro. Gracias Toño. Gracias por estar conmigo esos ratos, gracias por tener tanta paciencia. Por responderme a tantas preguntas, incluso siendo repetidas. Por seguir enseñándome los bichos que se ven y por confiar en mí.

3 de febrero de 2009

¿Rarezas?

El año de las gaviotas. Siempre es el año de las gaviotas. Y de los págalos, de las pardelas, paíños, colimbos, etc., etc.... Sobre todo para los "avemarinólogos" (no buscar esta expresión en el diccionario, se define fácilmente. Es el nombre coloquial de una serie de "colgaos" con las aves que viven en el mar). Pero este invierno. Este invierno de temporales. De fortísimos vientos. De mar embravecido, rabioso. Casi cabreado. Qué digo. Cabreado, muy cabreado.

Bien. Pues este invierno, el personal y no ya el "norteño" se está hinchando a ver rarezas. Gaviotas polares (también conocidas como Groenlandesas), Gaviotas Hiperbóreas, Gaviotas Marfil. Ya incluso las reseñables aunque no tan raras Argénteas, Tridáctilas, Canas o Enanas, casi como que las tratamos con "desdén". Y es así desde las playas de Cariño, hasta la costa francesa, el Mediterráneo....... En todos los sitios, alguien pilla algo.

He cogido la guía de Beaman y Madge. Ahí está hasta el último bicho. Aves por las que había pasado por encima sin ni siquiera fijarme. Pues nada. Os digo 3 o 4 que seguro que alguno de los "fieras" que tenemos desperdigados por nuestras costas, sóis capaces de verlas.

Atentos a la Gaviota Armenia, la de Siberia, la Cabecigrís, la Ojiblanca o el Gavión Cabecinegro. Atentos que salen. Que la liamos. ¡La leche!.

Por si acaso, yo, mañana por la mañana cuando vaya al curro desde mi querida calle Infantas en el centro de Madrid iré atento al cielo (ese al que se va directo desde mi lugar de nacimiento) por si acaso las veo. O a un Mérgulo Lorito haciendo una foto a la Cibeles, un Albatros Clororrinco tomándose un café en el Bar Candilejas de la calle Hermosilla o una Pardela Paticlara haciendo cola en la puerta del museo del Prado para ver la exposición de Francis Bacon.

Por cierto, a aquellos que les extrañe que siempre ponga el nombre de las marinas en mayúsculas, no puedo hacerlo de otro modo. En este caso y al menos para mí, no importan las reglas del lenguaje.