Los árboles de Evelio. Sus árboles, nuestros árboles, los árboles de todos, de todas las aves y de los niños. Donde ya han nacido muchos pajarillos y donde empiezan a aprender muchos retoños de humanos. Para eso están allí. Para ellos los plantó. A todos nos alegran. Nos dan vida.
Pinsapos con acento andaluz, quejigos y alcornoques extremeños, robles, castaños, abedules y acebos con savia (que no sangre) gallega. De pura cepa. Y frutales, muchos frutales. Peralitos, manzanos, un nogal, una cereixal (siempre me gusto su nombre asturiano) y una higuera. De todas partes. Para todos. Y pinos de varios lugares. Hasta un granado castellano-manchego, de secano, que tiene ganas de bañarse en el mar. Y además, nos lo regaló Peter Pan.
Los árboles en invierno
Pelado en gran medida en épocas invernales, tupido y frondoso en primavera y verano. Siempre hermoso. Siempre con sentimiento. Siempre contigo. Continuamente con los brazos abiertos esperándote. Para que le cuentes algo a sus tallos, para que te cuenten algo sus hojas. Para permanecer en silencio, escuchando el viento que mece sus ramas y con el murmullo del mar de fondo. O gritar bajo la tormenta.
Los miran las gaviotas desde lo alto, cuando pasan por encima. Viven allí, carboneros, herrerillos, pinzones, currucas, escribanos, petirrojos, colirrojos. Pasan entre ellos las golondrinas. Los habitan las ardillas, que saltan de rama en rama. Y entre la base de sus tallos pasa de vez en cuando el erizo y también la comadreja. ¡¡Qué a gusto se encuentran!! ¡¡Están en su casa!!
Esta vez, en verano
Crecen sanos y fuertes. Como empujados por algo o por alguien. Como empujados por ti. Y lo haces, yo sé que lo haces. Cuando estoy allí entre ellos, todo es diferente. Me siento mejor, me olvido de todo. Y cuando no estoy y necesito olvidar o evadirme de algo, pienso en ese sitio. En esos árboles. En sus árboles, en los árboles de Evelio.
Y en los págalos, claro......
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