25 de septiembre de 2009

Vida difícil

Como esos humanos que están casi cada día junto a la casa de los acantilados con esos aparatos mirando al horizonte, yo también podría contar todo lo que pasa. Todas las aves marinas y cetáceos, y podría apuntarlos. Pero no lo hago. Yo, como ellos miro al horizonte pero por otra razón. Porque tengo hambre y porque mis polluelos necesitan comer.

Halcón peregrino



Mi especialidad son los charranes pero le hago a todo lo que se deja. Os voy a contar lo que me paso ayer.


Después de estar toda la tarde ojo avizor sin perder de vista todo lo que pasaba y de varios ataques infructuosos a charranes, charrancitos y fumareles, avisté un inmaduro de gaviota patiamarilla que incauto, no hacía más que pasar delante de mi sin ningún temor. Como provocando. Picado por el hambre y por el orgullo decidí atacarle. Me encontraba francamente cansado, ya que como he dicho antes había fracasado en varios intentos y hacía un viento terrorífico. Según iba llegando a su altura, veía que ni se inmutaba. Cual proyectil le golpeé fuertemente en la parte trasera de la cabeza y antes de que cayera al mar lo cogí con mis garras. ¡¡¡Como pesaba!!!.


Gaviota patiamarilla (inmaduro)

Aún siendo un inmaduro de gaviota, era más grande que yo y mucho el peso que debía soportar. Después de golpearlo y causarle una muerte fulminante quedaba lo más difícil, que era llevarlo hasta las rocas, hasta el nido. Llevaba ya cien metros con él y sentía que mi cuerpo empezaba a no responder pero ¡¡lo necesitábamos tanto!!. Los polluelos llevaban dos días sin comer y estaban cerca de la muerte y terriblemente alborotados. Veía la costa ahí, cerquita, y me aferraba más y más al sustento de los míos. Aleteaba con todas mis fuerzas y luchaba a vida o muerte con aquel enfadado viento que justo de cara, me lo ponía todo todavía mucho más complicado. Pero ya estaba cerca. Ya podía ver el nido. Casi lo había conseguido.


Me dolían muchísimo las patas y me parecía como si fuera a perder todas mis garras, clavadas en aquel cuerpo sin vida. Pero seguía aleteando. ¡¡¡Estaba tan cerca!!!. Cuando ví que sobrepasaba las rocas de delante del cabo pensé que estaba todo hecho y a menos de 15 metros de la costa se me cayó al agua. No. No. No....pensaba en mi desesperación. El cuerpo inerte golpeó el mar como si una gran piedra hubiera caído. Como pude llegue hasta las cercanas rocas y más que posarme en ellas junto al nido, como la gaviota, caí violentamente. Cuando me incorporé lo vi flotando. Allí a unos metros de mi. Desperdiciado. No podía cogerlo. Podía suponer nuestra muerte y yo lo sabía.

Tras de mi oía a los polluelos protestando ajenos a mi desgracia. A nuestra desgracia. Desfondado miré a la gaviota que flotaba con las alas abiertas mientras la corriente la alejaba de la costa. Alguien se la comería pero no nosotros. Ya era tarde y deberíamos esperar una noche más para ver si con el nuevo despertar la suerte cambiaba y lograba conseguir algo para sobrevivir.


Yo sé que los halcones no lloramos, o eso se supone. Allí sobre aquella roca, esa tarde. Yo lloré.





Fotografías de www.birding.in y www.flick.com


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