Olas y más olas. Acantilados y pueblos. Y rocas. Veleros y pesqueros. Aves marinas y delfines. Mar, mar y más mar. Reconozco cada punta. Cada cabo y cada faro. Lo reconozco todo. Olas y más olas. Otro delfín.
No lo puedo creer. No puede ser cierto. ¿Me lo pasaré sin darme cuenta?. De ninguna manera. Seguro que no es así. Fijo que reconoceré su silueta. No dudaré cuando esté pasando por el Mar de las Pardelas. Al dejar atrás la Punta do Porco.
No para de llover y hace tanto viento. ¡¡Puff!!. Hay que continuar. Sin detenerse. Sin descanso. Y sigue lloviendo y las ráfagas hacen que te tambalees. Te llevan de aquí para allá y da igual lo que quieras hacer. Quiero levantar la vista. Quiero mirar y por fin verlo. Y ver que no es como cuentan. Que no es así.
También dicen que dan mucho miedo. Que cuando los ves te asusta su tamaño. Aquellos largos brazos girando. Y cuentan que son muchos los que han caido sin solución. Fulminados. Me contó una vieja gaviota que dos amigas suyas cayeron junto a un embalse. Muy hacia el interior, kilómetros y kilómetros hacia dentro. Pero ¿aquí en el mar?.
No puedo imaginar como serán. Nunca los he visto y por mucho que me cuenten, espero no verlos jamás. Pero no depende de nosotros. No depende de las aves, ni de las ballenas, ni de los peces voladores. Tampoco de las olas, el viento o la lluvia. Ni siquiera de la luna o del sol.
Depende de ellos y malo, malo, malo, lo que depende de ellos.
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