Todos los días pasaban por allí y siempre se fijaban en cuantos había, si eran machos o hembras, si había jóvenes o no y las cosas que hacían. Las costumbres que tenían.
Entre ellos hablaban y en muchas ocasiones se lamentaban de no poder verlos más de cerca. Pensaban que al acercarse podrían fijarse mejor en muchas de las diferencias que había entre ellos. Incluso entre individuos del mismo sexo. Ya se habían fijado en que las inclemencias del tiempo atmosférico afectaban. Con lluvia y con fuerte viento, como regla general solía haber menos. Muchas veces incluso no veían ninguno. Pero los días soleados era mucho más fácil verlos. Parados, moviéndose de un lado a otro. Cuando hacía sol, siempre había alguno.
No sabían porqué tenían aquel interés. Porqué cada día se ocupaban de ver que era lo que ocurría. Aprendiendo, más y más cosas. Absorbiendo toda la información que podían.
Después de toda la tarde frente al observatorio, junto al faro, al final decidieron marcharse. Allí los dejaron. Esta vez había 2 machos y una hembra. Llevaban allí toda la tarde, frente a unos extraños aparatos que tenían apuntados hacia el horizonte. Con ellos había un pequeño inmaduro. Estaba sentado en un carrito y de vez en cuando lanzaba al aire unos sonoros gritos. Como cuando los pequeños págalos, sus retoños, reclaman su comida en el nido en el que nacieron. Lo apuntaron y emprendieron el vuelo. Sin mirar atrás y en dirección oeste.
Mañana volverían y observarían de nuevo a aquellos curiosos seres no voladores pero que como ellos, tenían dos patas.
31 de enero de 2009
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