Después de un duro invierno, de un invierno de los de antes, lluvioso, ventoso, frío...le aseguro a todo el mundo que tendremos un verano, también de los de verdad. Y eso, al menos para alguien como yo, al que le afecta bastante el calor, es terrorífico.
Quiero al sol. No soy ningún bicho raro. Ese calorcito y la luz, levantan el ánimo. Pero para mí, tiene que tener medida. Mezcla de sentimientos. Nada como una tarde de finales de agosto (e incluso de septiembre, octubre...) en Estaca bajo el solecito, viendo pasar cientos y cientos, miles y miles de aves marinas, con viento del noroeste. Con mucha luz y en manga corta (aunque si hay que abrigarse y que esté lloviendo, con tal de ver a esas aves...) pero así mola más. Y seguro que ese sol veraniego (u otoñal) de Estaca también les gusta a las aves marinas. No a ese sol de justicia arrasándolo todo. En medio de una gran avenida madrileña sin un rincón donde cobijarte. Recordando que ahí está cuando ya se ha hecho de noche y dando signos de que, de nuevo con la luz, volverá y quizás con mucha más fuerza.
Esas noches dando vueltas y soñando con la costa de Lugo, con el Atlántico, con el fresquito veraniego del Vicedo. Yo ahora mismo (27 de abril) ya estoy sin camiseta en casa, escribiendo. Y hace calor.
No se qué pensarán a ciencia cierta los págalos (aunque pueda imaginármelo) pero yo creo que aunque les guste el sol, como seguro es así, como yo, no soportarían bien el calor. Son muy listas las aves marinas y como ellas otros muchos bichos. Viajan con el tiempo. Viajan hacia el tiempo. Viajan junto y con el sol. Pero si hace mucho calor, se van un poquito más al norte, sin tener que esperar a nada, sin el permiso del jefe, sin preguntar a la familia, sin......
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