"Vamos, vamos, vamos, vamos, ánimo, ánimo....." Habían pasado ya muchos días desde que partieron de la costa siberiana. Llevaban millas y millas sin parar. Y ¿qué seguían?, ¿qué es lo que buscaban?.
No lo tenían muy claro. Habían oído hablar de aquellos humanos. De aquel sitio que se llamaba Galicia. De un punto recóndito en los mapas, en el que en cada momento cambiaba el tiempo. En el que las olas se elevaban más que en ningún sitio. Donde vivían y vivían las nubes y donde siempre reinaba el viento. Por encima de todo y de todos.
Y allí seguían luchando. Avanzando cuanto podían. Sin freno, sin tregua, sin descanso. Aquella pareja de págalos pomarinos sabían de las historias de aquellos tipos que siempre estaban allí atentos ante sus aparatos. Conocían los "cuentos" que corrían entre las aves marinas que relataban su amor por ellas. Por las aves del mar. Incluso alguna que otra vez, posados sobre el rudo mar, intentando dormir habían soñado con él. Y habían protagonizado su sueño. Sueños y realidades que cuando parecían historias que no estaban ocurriendo resultaban ser reales y cuando daba la impresión de iban a tocarse se desvanecían en un instante
.
Los dos págalos decidieron que tenían que ir allí y ver que pasaba. Ver a aquel tipo que adoraba a los de su especie. Que escribía sobre ellos. Qué incluso había escrito alguna cosilla sobre sus vidas. Les comía la curiosidad. Querían verle. A él y a sus amigos. Y quien sabe, lo mismo hablar con él. Les habían contado que aquel humano decía que le sobraban las palabras. Que únicamente deleitándose al ver alguno de ellos, tenía suficiente. Que no necesitaba mucho más. Nada más.
Por fin parecía que llegaban. Cuando vieron la isla sabían que ya estaban allí. Si. Habían visto muchas, pero era aquella. Recordaron las palabras de otros de su especie que habían estado por allí. "Cuando veáis la isla, allí en medio de la entrada de la Ría, os daréis cuenta de que habéis llegado". Y así fue.
Fueron hasta aquella caseta que había unos cientos de metros al este del faro. No había nadie. Volaron por los pueblos cercanos. Por los pueblos de la Ría. Por Bares, por O Barqueiro y por Vicedo. Nada, ni rastro.
Le preguntaron a un cormorán que vieron por allí. Le preguntaron por aquel tipo curioso que todo lo miraba, al que todo le llamaba la atención. Aquel patrullero de las playas de la zona sabía bien de quien hablaban pero no le había visto aquellos días. Les dijo que tuvieran paciencia y que al final acabarían viéndole. No fue así. Pasaron varios días y no lo consiguieron. No pararon de ir de un lado para otro. Pasaron tardes enteras en el observatorio de aves marinas de Estaca de Bares. Nada.
No podían esperar más. Tenían que partir. Algo frustrados y tristes emprendieron el camino hacia el sur. Tanto esfuerzo y tantas ganas, sin recompensa. Así era la vida. Emprendieron el camino y aunque pensaron que volverían, marcharon cabizbajos.
A Alfonso le parecieron págalos y además pomarinos aquellos que marchaban hacia el oeste. Aquella tarde, Alfonso, llegó al observatorio con especiales ganas de ver págalos. Pomarinos además. Si. Hoy vería muchos. Hoy disfrutaría especialmente. Sin duda. Pasaron muchas pardelas cenicientas, también sombrías y pichonetas. Pasaron negrones. Pasaron charranes. Miles de gaviotas y multitud de alcatraces. Y disfrutó mucho. Siempre lo hacía. Pero ningún págalo.
Tantas tardes en Estaca dan para saber que nunca puedes desear qué es lo que quieres ver, porque no lo verás. Y si lo haces, será por pura casualidad. Pero no, no lo verás.
Aquella noche, tuvo un hermoso sueño. Soñó que dos pagalos pomarinos habían hecho miles de kilómetros únicamente por estar con él. Fue un bonito sueño. Increíble pero fue bonito.
Alfonso y los págalos. Los págalos y Alfonso.
22 de febrero de 2010
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