18 de febrero de 2010

Duras noches

El día había sido durísimo. La marcha hacia el sur, precipitada, a todo correr obligados por las circunstancias hacía que no hubiera podido haber ninguna tregua. Todo estaba en contra.

Los elementos. La lluvia no paraba de caer, constantemente y cada vez con más fuerza. Las ráfagas racheadas de viento en contra, hacían que fuera casi imposible mantener un rumbo fijo. Todo estaba muy oscuro. Tan oscuro que daba miedo.

Había olas grandísimas. Gigantes como montañas. Y la nieve de esas montañas eran las crestas espumosas y por encima de todo ello, un rugido. Un estruendo.

Ni se acordaba de hacia cuanto tiempo que no había descansado tranquilo. Dormir un par de horas sin empaparse de nuevo. Soñar unos instantes con el cálido sur. Con una buena comida. Con los amigos de la infancia.

No había otra que volver a intentar dormir sobre el agua. Siempre dormían en el mar pero no era lo mismo hacerlo en un sitio pausado que con aquel constante vaivén. Con aquel ruido ensordecedor. Aunque no hubiera peligros, el ambiente transmitía que eso no era cierto y que en realidad había muchos. Y entonces, cerraba los ojos un par de minutos y un respingo le devolvía a la realidad. A las grandes olas, a las olas espumosas, al rugido del viento. Al hambre y al frío.

Cerró los ojos. Lo necesitaba. Y se vio frente a la isla. Persiguiendo a unas gaviotas y consiguiendo algo de comida. Surcando el mar a velocidad endiablada siendo la envidia de muchos. Encontrándose con viejos amigos. Con amigos de su infancia y con familiares de otras generaciones. Pasó sobre las olas junto a peces voladores y sonrió al pasar junto a unos delfines. Creo que hasta fue feliz por un rato.

Ya eran muchas noches seguidas así. Noches de págalos. Noches de aves marinas. Ellos no duermen en camas con edredones. Ni siquiera en nidos entre las rocas. Ellos no tienen almohadas ni despensas. Y a pesar de su sufrimiento, de la durísima vida que tienen, tampoco quieren cambiarla.

Con la cabeza sobre su espalda, sin que se viera o adivinara que esa parte de su cuerpo estaba allí, dejé a aquel amigo. Creo que yo también estaba soñando y creo que me miró antes de emprender su vuelo. Me observó con su mirada seria y el págalo, aquel precioso págalo, se marchó a seguir luchando con el mar, a continuar resistiendo el agua mientras caía en forma de lluvia, a pasar hambre y penurias. Pero al fin y al cabo a vivir. A continuar con su vida de págalo.

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