9 de diciembre de 2009

El baile de las pardelas cenicientas

El sol baña toda la Ría de Vicedo. En el centro de ella, la Coelleira brilla como una joya. Sus colores, exagerados por la enorme luminosidad hacen que no pueda dejar de mirarla. Y sobre ella, sobre sus verdes laderas, sobre su base de roca y dejándose llevar por el viento que la mece como si fuera un retoño, reinan las gaviotas. Ellas, lo ocupan todo. Las verdes laderas, la base de roca y ese viento que la acompaña constantemente.

Cuando vi aparecer la primera, al oeste del Mar de las Pardelas, no pude hacer otra cosa que extasiarme con su vuelo. Aquella pardela cenicienta, parecía no querer inmutar nada. No querer molestar al mar, no desear desviar un ápice ninguna de las ráfagas de viento. No llamar la atención de nadie. Sin un ruido.



Con una calma pasmosa, avanzaba sin prisa pero sin pausa. Se dejaba llevar y al mismo tiempo, sin que te dieras cuenta lo dominaba todo. Parecía bailar. Un baile tranquilo. Un baile sosegado. Un baile de amor.

Podías estar largo rato observándola y no veías que aleteara. En ningún momento hacia un movimiento brusco. Detrás de ella, llegaron más. Unas por encima, otras por debajo. Unas cuantas más unos metros detrás. Y todas cumpliendo un mismo ritual. Como un ballet.

Parecía que se marcharían hacia el Este, hacia otro destino. Otro lugar en el que vivir y soñar. En el que criar a sus pequeños. Pero cuando sobrevolaron su mar, el Mar de las Pardelas, se detuvieron. Se posaron en él y allí quedaron tranquilas.
De vez en cuando levantaban el vuelo y daban unas vueltas a su alrededor. Avanzaban unos cientos de metros, hacían un giro perfecto, como trazado por un compás y de nuevo sin un mal gesto sin un movimiento fuera de lugar, regresaban. Y cuando unas llegaban, otras volvían a levantarse. Y volvían a bailar.



Bailaban con las olas del mar, lo hacían con el viento del Noroeste. Danzaban con los delfines que se alimentaban junto a ellas. Y también con las demás aves que pasaban por la entrada de la Ría y con las que vivían en la Coelleira.
Lo miraban todo y parecían sonreír. Diría que eran felices.

Cuando vi a los págalos que llegaban con su vuelo directo desde el Este pensé que lo mismo aprovecharían para atacarlas. Para buscarse la vida como suelen. Como deben. Pero no. Ellos también las miraron y estoy seguro que apreciaron su baile. Que les gustó. Que habrían querido bailar con ellas. Aunque no lo parezca, aunque pensemos que es imposible, creo que lo hacen, que bailan juntos.

Y yo, cuando bajo al observatorio y veo a las pardelas cenicientas….”bailando”…también lo hago.

Fotografías de www.outdoorcentral.com y www.surfbirds.com

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